Yo lo hice una vez en una clase de teatro, cuando aún iba al colegio y fue en ese momento cuando comencé a darme cuenta de la importancia de algo tan simple como el tacto. Un sentido que no es que menospreciemos pero que damos por hecho y, en ocasiones, automatizamos sin llegar a sacarle todo el partido que tiene.
Piensa que tocas arena, una superficie lisa de plástico, agua, una lija, madera, terciopelo, un cristal...
Pero no nos quedemos en objetos... ¿qué pasa si acaricias un gatito o perrito, o si tu amor te besa u os abrazáis desnudos? ¿Y si una cucaracha trepa por tu pierna o una araña te cosquillea con sus patitas...? Agradables o desagradables, las reacciones son intensas; muy ligadas a emociones fuertes. Incluso se te puede erizar el vello o poner la carne de gallina, de placer o de pavor.
Nos desagrada profundamente que nos toque algo o alguien que nos cause rechazo. En cambio, la piel puede ser una fuente de sensaciones muy diversas y placenteras. Es nuestro espacio; el borde de nuestro cuerpo; provisto de una sensibilidad muy poderosa. Que... a menudo ignoramos.
Después intenta ser consciente y
buscar, cada vez que puedas, aquellas sensaciones táctiles que más te agraden
(un baño de espuma, las teclas de un piano, la piel de otra persona, la
cabecita peluda de tu gatito/perrito... o cualquier cosa que te haga feliz). Recuerda que la piel está por todo el cuerpo, no sólo en tus manos.
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